PIES DE PLOMO DEL BCE EN EL DESARROLLO DEL EURO DIGITAL

Disponer de una versión digital del dinero, o de lo que hoy conocemos como dinero, no era una necesidad en la agenda de los bancos centrales hasta que surgió Libra, el proyecto de Facebook. A diferencia de las volcánicas criptos, la apuesta de la tecnológica pasaba por una divisa estable, vinculada y convertible en dinero tradicional, que operara como plataforma de pagos en internet y diera lugar a un ecosistema propio. A diferencia de las volcánicas criptos, las stablecoins sí pueden suponer una competencia para el dinero clásico, en particular a medida que el uso del efectivo pierde posiciones en favor de los pagos con tarjeta o las transferencias automáticas (como Bizum).

La iniciativa fue lanzada a espaldas de los supervisores financieros, cuyos requerimientos acabaron sacando a Libra del carril. La empresa Libra ni siquiera estaba registrada como intermediario financiero en ninguna jurisdicción, y los planes se hicieron públicos en plena crisis reputacional de la red social de Zuckerberg.

Con todo, los banqueros centrales se pusieron a trabajar en cuestión de meses para desarrollar sus propios proyectos, cada cual a su ritmo. Si, en el caso europeo, es necesario o no un euro digital, es difícil de responder. A día de hoy, la mayor parte de las funciones que puede desarrollar un euro digital las lleva a cabo, sin mayor complicación, el sistema financiero tradicional. Pero el fantasma de Libra, una moneda sin regulación con millones de usuarios que opera en el ciberespacio, no se ha esfumado.

Hay dos aspectos críticos: la autonomía estratégica (es decir, la seguridad de las transacciones monetarias y su infraestructura en un entorno con poco uso del efectivo) y la transmisión de la política monetaria (es decir, la fijación de los tipos de interés). Son los motivos por los que Europa desarrolla su propio euro digital, al igual que China trabaja sobre el yuan digital o Reino Unido sobre la libra digital. Solo queda fuera EE UU, donde ni el dinero se libra de la agotadora guerra cultural.

El BCE aún no tiene claro si sacará adelante el euro digital, pero sigue trabajando sobre el proyecto y descubriendo problemas: el acceso offline, la posible canibalización de la actividad bancaria y el riesgo de fuga de capitales. Complicaciones que pueden retrasar o abortar la iniciativa. Pero es mejor que la alternativa. Dejar el campo abierto a actores privados cuyo lema, en el caso de Facebook, era “muévete deprisa y rompe cosas” quizá no sea la mejor opción cuando hablamos del sistema financiero.

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