Las patatas son importantes, casi básicas en la dieta de los españoles, pero casi siempre como guarnición o acompañante. Pocas veces las patatas son el centro de un plato, su protagonista (salvo, por supuesto, la tortilla de patata). Es el caso de las patatas viudas.
Podríamos decir solas, pero nos sabrían peor. Si las llamamos patatas viudas seguramente nos parezcan más sabrosas. Suenan a tradición, como traídas de la cocina de nuestras abuelas. Es en realidad una manera de poner mayúsculas a un plato que lleva patatas sin compañía, ni carne ni pescado.
Para los tiempos que corren podríamos presentarlas como unas patatas vegetarianas. Pero lo cierto es que esta receta da al humilde tubérculo la importancia que merecen. Por eso conviene elegir una patata buena para guisar, de las que tienen más almidón (que al soltarse se incorpora a nuestra sopa). Las mejores en este caso son las Kennebec, Monalisa, Fénix y Desirée.
Típico de la gastronomía castellana, las patatas viudas son un plato invernal. Las verduras que acompañan suelen ser cebolla y ajo, y en ocasiones pimiento. Lo fundamental, la calidad de las patatas, del aceite que usemos y del pimentón (de La Vera si es posible), que da a la receta su personalidad.